Nos
hemos concentrado hoy, miércoles 13 de diciembre de 2023, ante las puertas de
nuestro centro educativo en solidaridad con el pueblo palestino que está siendo
literalmente masacrado a la vista de todo el mundo de una manera, que ha sido
descrita por el profesor de la Universidad de Stockton Raz Segal, especialista
en el Holocausto, como un genocidio de manual. Por eso hacemos nuestro el lema
que usó el Sindicato de Estudiantes en sus recientes convocatorias de huelga
estudiantil pues, aunque nos tememos que ya es tarde para ello, no queremos ni
enseñar ni estudiar un nuevo genocidio; pero, sobre todo y también, porque no
podemos permanecer impasibles ni ante esta inmensa tragedia humana ni ante el
obsceno apoyo que la UE y nuestro propio gobierno están brindando al sionismo.
Ciertamente esta pequeña concentración es una gota de agua en el mar, pero
callarnos y mirar a otro lado nos haría cómplices de la matanza y queremos al
menos dejar bien claro que esta no cuenta con nuestro consentimiento ni se hace
en modo alguno en nuestro nombre.
Y
es que, a fecha de este pasado lunes 11 de diciembre, tras 66 días de
conflicto, 24.000 civiles palestinos, de entre ellos 4.910 mujeres y 9.420
niñas y niños, habían sido asesinados impunemente, lo que supone nada más y
nada menos que el 92 % de las víctimas de lo que los medios de comunicación de
masas nos presentan engañosamente como una guerra defensiva. Y a estas horripilantes
estadísticas (que incluyen una estimación de las personas que aún yacen bajo
los escombros, pero que, seguramente, se habrán superado ya con creces a estas
horas) habría que añadir unos 49.000 heridos y 1.840.000 personas desplazadas
en medio de un caos que está dificultando en extremo, cuando no impidiendo
totalmente, toda ayuda humanitaria.
A
nuestras mentes, embotadas hoy en día por una información que nos desborda y
que consumimos de manera irreflexiva, les cuesta asimilar la magnitud de estas
cifras, simples números que no traslucen la inconmensurable tragedia humana que
suponen. Hacen patente, sin embargo, que los objetivos declarados por el estado
israelí son el perfecto pretexto para cometer una auténtica limpieza étnica.
Otros números, muy significativos, lo confirman:
Más de 62.000 viviendas han sido completamente
destruidas y otras 171.000 presentan graves daños, e, igualmente, han destruido
ya 282 centros educativos, 131 centros sanitarios (de ellos, 23 hospitales),
134 mezquitas, 3 iglesias y 1.312 industrias: está claro que van a hacer
inhabitable (ya lo es en estos momentos) todo el menguado territorio palestino.
Se ha asesinado ya a 81 periodistas, y en
muchos casos a sus familias: la forma más brutal de acallar a la prensa que, de
manera heroica, está transmitiendo al mundo la masacre desde Gaza y Cisjordania.
También al personal sanitario, justo cuando más
se le necesita, lo han convertido en objetivo, registrándose ya 214 asesinados
y 247 heridos.
La propia UNRWA, la agencia de la ONU para la población palestina refugiada, ha sido también convertida en objetivo, haciendo así casi imposible su imprescindible labor humanitaria: 101 de sus instalaciones han sido atacadas con el resultado de 134 profesionales de esta agencia asesinados a fecha del pasado lunes (nunca había sucedido algo semejante).
No
podemos quedarnos impasibles ante esta barbarie por mucho que los
propagandistas que nos la venden como una guerra defensiva de Israel nos acusen,
en el colmo del cinismo, de antisemitismo, o incluso de apoyar a terroristas.
Denunciar los crímenes de guerra y contra la humanidad que está cometiendo el
ejército israelí no nos hace cómplices de Hamás ni tampoco antisemitas (¿o
acaso son antisemitas los judíos y judías no sionistas que incluso en Israel,
con enorme valentía, se están manifestando contra esta atrocidad?). No, nuestra
denuncia sencillamente nos hace humanos, porque no podemos cerrar los ojos y callar
ante el sufrimiento de miles de inocentes a los que se está exterminando
impunemente. Y es además nuestra obligación como miembros de una humanidad más
vulnerable que nunca ante la total quiebra del derecho internacional que se
construyó tras la Segunda Guerra Mundial para que, en teoría, nunca volvieran a
suceder atrocidades como la que estamos viviendo en estos días aciagos.
No
es el momento ahora en este breve acto para alargarnos recordando que estamos
además ante un larguísimo conflicto de 75 años, absolutamente desigual y en el
que el pueblo palestino ha sido expulsado de sus tierras, confinado y
masacrado. Sin la menor duda, esto sí deberíamos enseñarlo y estudiarlo en
nuestras aulas para comprender mucho mejor lo que está sucediendo y hacernos
inmunes a una propaganda que pretende confundirnos manipulando las palabras o
vaciándolas de contenido.
Concluimos
pues pidiendo a nuestro gobierno (puesto que, al menos sobre el papel, gobierna
en nuestro nombre):
Que exija el levantamiento del bloqueo a Gaza y el cese inmediato de las acciones
de Israel contra la población palestina en Gaza, Cisjordania y Jerusalén
oriental.
Que decrete un completo
embargo militar a Israel.
Que tome las medidas
necesarias para impulsar procesos de rendición de cuentas y reparación a los miles
de víctimas de abusos y vulneraciones de derechos humanos en Palestina.
Que ponga fin a las relaciones de cualquier tipo con el régimen de colonialismo, opresión y apartheid israelí.
Finalizamos este acto, solidarizándonos de una manera muy especial con nuestros compañeros y compañeras docentes de Palestina, víctimas también de la masacre, recitando el último y estremecedor poema del escritor palestino, profesor de Literatura Comparada, Refaat Alareer, asesinado en un ataque aéreo junto a su familia el pasado 7 de diciembre (sin que por el momento su cuerpo y los de sus familiares hayan podido ser rescatados de los escombros):
Si
tengo que morir,
tú
debes vivir
para
contar mi historia,
para
vender mis cosas,
para
comprar un pedazo de tela
y
unas cuerdas
(que
sea blanca y con una cola larga),
para
que un niño, en algún lugar de Gaza,
mientras
mira fijamente al cielo,
esperando
a su padre, que se fue en un resplandor
—y
no se despidió de nadie,
ni
siquiera de su carne
ni
de sí mismo—
mire
la cometa, mi cometa que tú hiciste,
volando
alto,
y
crea por un instante que un ángel está allí
trayendo
de regreso al amor.
Si
tengo que morir,
haz
que traiga esperanza,
haz
que sea un cuento.
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