EPITAPH
Descubrí que no era un espejismo causado por mi mente cuando el frío cañón de la pistola presionó contra mi sien.
Sus brillantes ojos miel se debatían entre añadirle una bala a mis sesos o no, o al menos eso era lo que yo quería creer.
Lucian se estremecía a unos metros de mí, impotente al saber que cualquier acción por su parte podría causar que ese tembloroso dedo apretara el gatillo. Pero se ve que el hombre se estaba poniendo cada vez más nervioso; lo supe al escuchar el sonido que anunciaba mi inminente muerte, una no provocada por mí, ni por Lucian, sino por la policía que intentaba convencer a aquel ladrón, algo primerizo, de que liberara a los rehenes de aquel banco, que en estos momentos se ha convertido en prematura tumba.
Òdena Escrich Masó
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