27 de junio de 2022

Jesuitas (s.XVII) - Baltasar Gracián - Revolución de la Gloriosa (1868) - Plaza de la Compañía

Llegada de los jesuitas

Que la presencia histórica de los jesuitas en Graus ha sido determinante y fundamental para la educación de sus habitantes y los de su comarca parece algo fuera de toda duda desde que, gracias al mecenazgo de Esteban de Esmir, en 1651 se construyó en la villa un colegio de la Compañía de Jesús. Pese a ello, la relación de los miembros de esta orden religiosa con la capital ribagorzana ha estado sometida a los mismos vaivenes y avatares vividos por la Compañía en nuestro país a lo largo de su existencia.

De hecho, llegaron a abrir su colegio en tres ocasiones, siendo la tercera vez en el año 1868, días antes del estallido de la revolución con el mismo nombre.

Desde aquella lejana fundación en unos terrenos donados por el obispo Esmir a mediados del siglo XVII, la orden había ejercido la enseñanza en Graus sin interrupción hasta su expulsión del territorio español en 1767, bajo el reinado de Carlos III. La Compañía fue restablecida brevemente en nuestro país entre los años 1815 y 1820, y el colegio grausino fue reabierto en 1816.

http://carlosbravosuarez.blogspot.com/2014/09/los-jesuitas-de-graus-y-la-revolucion.html

 

Baltasar Gracián



Está suficientemente documentado que Baltasar Gracián estuvo cumpliendo castigo en Graus a principios del año 1658. Tras publicar en agosto del año anterior la tercera parte de “El Criticón”, con el seudónimo de Lorenzo Gracián y de nuevo sin pasar la censura previa de la Compañía, el escritor fue desposeído de su cátedra de Escritura en Zaragoza, reprendido públicamente por sus superiores y trasladado, con castigo a pan y agua, al entonces frío e incómodo colegio jesuita de nuestra villa. En las misivas que se intercambiaron se demuestra como el motivo de su castigo fue la desobediencia de las órdenes de la Compañía, más que el contenido de la obra en sí.

En su duro destierro, con la exigencia estricta de que se le impidiera escribir, se ordenó incluso revisar sus manos por si hubiera en ellas manchas de tinta que delataran desobediencia. Fue el padre Jacinto Piquer, provincial de la Compañía de Jesús en Aragón, quien propuso este severo castigo. En una carta fechada en Roma el 16 de marzo de 1658, el padre Goswin Nickel, entonces general de la Compañía de Jesús, contesta al citado padre Piquer dando por adecuada la sanción y añadiendo a ella aún mayores muestras de severidad.

Para saber más: http://carlosbravosuarez.blogspot.com/2012/08/las-dos-estancias-de-baltasar-gracian_2921.html

 

Los jesuitas y la revolución de la Gloriosa (1868)

Como consecuencia de un descontento con la corona española, a la cual se culpaba de todos los males del país y del sistema de aquella época, estalló una revolución que se llamó la Gloriosa o de 1868 que logró destronar a Isabel II.

El día 17, las fuerzas navales al mando del brigadier Topete se amotinaron en Cádiz. Dos días más tarde, todos los generales sublevados hicieron público un comunicado que terminaba con la famosa frase “¡Viva España con honra!”. El día 28, el ejército realista era derrotado en la población cordobesa de Alcolea y, en la jornada siguiente, la reina Isabel II, que estaba veraneando en San Sebastián, huyó a Francia.

En Aragón, “La Gloriosa” comenzó a extenderse a partir de día 21 y, como en el resto del país, en todas las poblaciones se crearon las llamadas Juntas Revolucionarias. La junta democrática grausina no solo no decretó, como la mayoría, medidas hostiles contra los jesuitas, sino que se constituyó en su defensora.

Cuando la junta de Barbastro pidió a la de Graus que le entregasen al Padre Tomás Suárez, si es que allí estaba refugiado, esta fue, según transcribe Revuelta, la respuesta de los grausinos: “No podemos buscar al Padre porque se marchó el día 28 de septiembre; no sabemos dónde ni en qué dirección; tampoco sabemos dónde se encuentra; ni nos interesa. Los demás jesuitas permanecen muy tranquilos entre nosotros, pero la junta de Graus, que desde el principio se ha instalado sobre la base del derecho y de la justicia, se ve obligada a comunicaros que no quiere ni puede entregar a los jesuitas a la junta de Barbastro, ni tampoco hacer salir del pueblo a unos varones eminentes en ciencia y en virtud que se han ganado la simpatía de toda la ciudad. Sepan, por tanto, los ciudadanos de Barbastro que tanto esta junta como todo este pueblo están dispuestos a defender a los jesuitas con las armas”.

Además de mostrar su independencia respecto a la junta de Barbastro, esta respuesta recogía la simpatía popular hacia los jesuitas. Hay que tener en cuenta que estos habían sido llamados por el pueblo para cumplir, en un modesto colegio para niños externos, una importante labor educativa, y suprimir aquel colegio cuando se acababa de abrir era matar una esperanza y abortar una función educadora largamente deseada.

No se sabe el día exacto de su partida, pero parece seguro que los jesuitas abandonaron Graus en esas primeras jornadas de octubre, por lo que apenas llegaron a estar en la villa unos quince días desde su llegada a la misma.

Después haber vuelto brevemente en 1870, los jesuitas ya no volvieron a Graus, aunque “los de este pueblo lo procuraron años más tarde” y “al no conseguirlo encomendaron el colegio a sacerdotes que establecieron allí unas escuelas del Ave María”. Aunque otros religiosos continuaron de una u otra manera su labor educativa, la presencia de la Compañía de Jesús en nuestra villa había terminado definitivamente.

Para saber más: http://carlosbravosuarez.blogspot.com/2014/09/los-jesuitas-de-graus-y-la-revolucion.html


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